viernes, 10 de mayo de 2013

Mi jardín, “un espacio para soñar, pensar, desconectarse del mundo”

Un silencioso espacio verde abrió sus brazos esa tarde y me permitió entrar a su mágica esencia. Me senté debajo de un frondoso árbol y sentí la inmensa necesidad de recostar mi cuerpo entre la grama que ahí estaba presente. Al principio me sentía nerviosa, incomoda y a la expectativa sobre el lugar que estaba visitando pero a medida que las hojas chocaban con el viento y que el cielo mostraba su hermoso azul, los nervios fueron desapareciendo y el sonido de pequeños pájaros llamaron mi entera atención.
No estaba ahí sentada por casualidad, esa mañana había sentido la necesidad de contemplar y respirar a la naturaleza. Esa mañana había encontrado un sitio donde podía refugiarme y esconder mis miedos. Estaba en un sitio enteramente nuevo para mí y sentía que tenía que encontrar un lugar donde pudiese explorar la serenidad. No era fácil estar en un sitio desconocido y sola, pero ese espacio verde me brindo la oportunidad.
En un momento mientras observaba,  me levanté y me senté de espaldas al grandioso árbol que me prestaba su sombra y ahora sus pies. Me recosté y pude contemplar todas las otras zonas verdes, tranquilas y armoniosas que ante mis ojos se desplegaban. Me sentía en medio de un bosque frondoso pero sin miedo de que algún animal me atacara.
Detallé cada cosa que tenía al frente y pensaba cómo este lugar podía existir al otro lado del ruido, al otro lado de la vida estresante y cotidiana. Supe entonces que este sitio era necesario para todos aquellos que a veces buscamos escapar y descansar.
Toqué con curiosidad el tronco del árbol y sentí entre mis dedos la verdadera naturaleza de la madera, no ese trozo de material elaborado que esta en cualquier oficina o lugar de trabajo, toqué en realidad la madera con hojas, con hongos, con vida dentro de ella y admire cómo ese trocito de bosque olía tan profundo. Confieso que lo olí muchas veces, como buscando que su perfume a humedad se pudiese acabar pero yo sabía que ese olor era propio y que todos los elementos presentes contribuían a ello. Hurgué entre el tronco varias veces y sentí que cada pedacito era mucho más especial.
Fue ahí cuando me pregunté si todos los arboles del mundo se sentirían igual. 
Volví a recostar mi cabeza contra la grama y el fango del sitio, confieso que el suelo no era totalmente verde, pero no me importo manchar mis ropas igual la tierra se veía seca.
Duré largo rato observando como las ramas de este árbol y otros arboles vecinos, dibujaban un espacio dentro del cielo. Era como si estuviesen creándole un marco al celeste océano que desde arriba se vislumbraba. Vi por muchas horas las ramas moverse, danzando de una manera especial por que seguían el ritmo de la brisa que al chocar con las hojas caídas y las hojas aun en sus ramas, me hacían sentir en un lugar tranquilo. No necesite música para imaginarme una melodía, no necesite entender sus pasos para observar que todo este movimiento y espectáculo coordinado, sucedía poco a poco mientras yo lo desvelaba ante mis propios ojos.
No sé cuanto tiempo pasé observándolos bailar, pero recuerdo que cuando abrí mis ojos había transcurrido mucho tiempo y las gotas de un cielo que antes era azul, ahora caían en mis mejillas y en mi ropa. Sentí como si el bosque iniciaba otro rito mágico y yo despertaba a tiempo para verlos bailar.
Mientras la lluvia iba inundando los arboles, las flores, los caminos y mi cabello, el ambiente se sentía diferente, pesado, tenso, frío. La brisa ya no soplaba cantándole melodías a las ramas sino que demandaba algo de fuerza y dominio. La tierra desprendía un nuevo olor que celebraba el refrescamiento de sus raíces y los patos que horas antes habían caminado entre la pequeña laguna, ahora corrían desesperados por encontrar un lugar de refugio, así como el lugar que yo necesitaba cuando encontré este jardín.
La naturaleza necesitaba refugiarse de un instante de lluvia, pero muy en el fondo buscaba recibir con serenidad el agua que desde el cielo, llenaría sus hojas y sus raíces de vitalidad. Fue entonces cuando decidí emprender mi camino de vuelta, sentándome por un instante en los bancos de cemento más cercanos y dejando mi mirada fijamente en el bosque que había descubierto, en el inmenso jardín que hacía del lugar adyacente un verdadero paraíso terrenal, donde el tiempo no era limitante, donde los sonidos eran únicos y agradables a mis oídos, donde los animales convivían sin alterar mi presencia, donde las plantas dejaban que yo las viera y no se sentían maltratadas, donde no reinaba lo humano y sólo reinaba la verdadera paz.
Pude ver un Arcoíris asomarse entre las altas ramas del sitio, justo cuando había decidió retirarme. No le temía a la lluvia, no le temía a la frialdad del agua pero sentía que podía enfermarme. Aun así, me detuve y pude contemplar un pedacito de arcoíris aunque confieso que fue difícil observarlo entre las gotas y el sol que se escondía. Sin embargo ese día con mis cortos 18 años, pude ver un paisaje totalmente diferente al que imagine encontrar en un valle tan cercano a la concurrida ciudad.
Son numerosos los elementos que componen este espacio, son grandes arboles, plantas, flores, grama, lagunas, patos, tumultos de tierra con vegetación, pequeños puentes, bancos, etc. Sin embargo los elementos mas representativos están en el silencio y la tranquilidad que todos ellos combinados me ofrecieron esa primera vez. Vale acotar que quede impregnada de todo eso y en algunas ocasiones voy y recorro ese bosque para recordar la primera vez y para volverme a sentir serena, sin preocupaciones, en paz. Y aunque este hermoso jardín o pequeño bosque, la mayoría del tiempo está solo, yo siempre que llegó cerca de él, lo observo detenidamente, lo recuerdo, lo siento invitarme a descansar en el. Hay momentos que miro con terrible envidia como algunas personas lo recorren sin prisa y sin preocupaciones, tal cual como yo lo hice esa primera vez.

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