lunes, 29 de marzo de 2010

La Casa del Arcoiris

Llegue a la carpa azul y gigante y me quede observando sus largas proporciones. Caminé hasta ella y deslice una de sus paredes y logré entrar a la carpa viviente. Cuando me encontré adentro se vislumbraron unos 200 asientos en forma circular que cumplían la regla de los colores del Arcoiris puesto que cada fila llevaba un color y luego se juntaba con otro como en espiral formando un arco de asientos coloridos. Llegue y me senté en uno los bancos de color verde, recosté mi cabeza hacia atrás y me quede mirando el techo, cual hermoso era ese techo de lona, pintado de un azul casi negro y con brillantes estrellas blancas que daban la sensación de estar siempre de noche viendo al cielo. Me levanté y camine hacia el centro y ahí pude observar una caja, algo pequeña y de color marrón, que quizás servia de tarima para alguna cosa. Vi también unas pelotas que me llegaban al ombligo y que tenían una estrella en el centro, cada pelota era de diferentes colores pero la estrella era la misma, era blanca.
A los minutos escuche un sonido algo tenebroso que se escondía detrás de una de las paredes de aquella casa de lona, fui detrás de su telón y encontré una jaula espeluznante que resguardaba a un inmenso animal peludo, de color marrón, que mostraba sus dientes punzantes y que me miraba con inmensas ganas de devorarme, por un momento pensé que me desmayaría pero luego sonó una trompeta, una risas, unas voces e inmediatamente aparecieron pequeños hombrecitos y mujeres pintados de todos los colores posibles y con trajecitos muy ajustados. Llevaban cuerdas, malabares, pinturas, pelucas y sombreros.
Me devolví al centro de la casa, donde había dejado la cajita marrón y ahí estaba un hombre de mediana estatura, con unos cabellos de colores que se pisaban con un enorme sombrero negro, una corbata larguísima, unos zapatos inmensos y una nariz tan roja como un tomate, gritando: “Bienvenidos, Bienvenidos”. Me senté en una de las butacas a presenciar el espectáculo y me quedé dormido. Me desperté algo exaltado y sentado en el carro de mi madre, estaba viendo por la ventana hacia donde nos dirigíamos y me di cuenta que en mi mano estaba un viejo boleto y una pelota.

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