sábado, 14 de agosto de 2010

El Marchitar de sus Labios



Buscando entre el destino del camino y las supuestas tristezas del alma me dispongo a consultar a alguna persona que pueda suministrarme un buen consejo ante la necesidad de mi cuerpo. Decido hacer lo que esta de moda en este país, busco no tan desesperadamente una persona que junto a un tabaco, cigarro, café o hasta un jugo, me diga que se supone que me podría deparar a mí, el destino.
Inmediatamente me pregunto si el tiempo se detendrá en algún momento.

Fue entre decisiones y confusiones cuando me decidí totalmente a buscar alguna verdad existente entre la gente y ahí entre la multitud estaba él, el salvador de muchos y el consultor de los hechizos caseros. Llevaba el cabello suelto y era tan liso, que todo su color castaño claro se vislumbraba como una pared compacta y dócil. Tenia puesta una camisa de lana de color Beige, blue jeans algo desgastado y una canastilla en donde se veía un letrero que decía: “Se lee tu futuro, el Amor y tu Alma a través de las manos y las cartas” También llevaba unas cajitas de inciensos y un paquete envuelto en una tela sedosa de color roja. Sonreí al pensar que era muy difícil que ese hombre pudiera predecirme todas las cosas que anunciaba, quizás todas, excepto el misterio de mi Alma. Motivado a esto me dispuse a mirarlo detenidamente y me quede analizando que cualquier mujer de esta región podía quedar sumergida en esos inmensos ojos azules que él llevaba, en donde se veía todo el cielo, un poco de paz y alguno que otro misterio.
Me impregné de algo parecido a la valentía, jajaja, me detuve a mirarlo fijamente y en ese instante vi como sus ojos se posaron en mí, movió lentamente sus labios y pronuncio unas pequeñas palabras, como invocando un hechizo para “Hechizarme”: - Bienvenida a nuestro encuentro hermosa Dama, este día he esperado por ti-

Pasaron largos segundos mientras lograba respirar y contener las inmensas ganas que tenia de correr y alejarme de él. Parecía peligroso y a la vez indefenso. Sentí nuevamente miedo de mis instintos, mis debilidades, sentí nuevamente miedo de mí. No estaba segura si él era el indicado.

Me senté muy cerca de él y sentí como se erizaron sus cabellos con mi sola presencia. Vislumbre rápidamente como se exaltaban sus ojos, esos hermosos ojos griegos que desde el boulevard de Sabana Grande, yo buscaba. Cuando tocó mi mano y sintió el frío de mi piel, exhalo: -¡Mujer! Tienes unas manos hermosas, suaves pero muy frías-

Taciturnamente le conteste: -Soy de sangre fría y a la vez resulto muy friolenta, además en este momento donde en el país esta lloviendo tanto, cualquier brisita me congela- De manera instantánea oí a mis alrededores los pasos vigilantes del camino, oí como las personas se detenían a observarnos en el tan concurrido lugar donde, hace ya varios años, llegué a caminar entre el Gran Café y las partidas, muy típicas, de ajedrez.
Por su frente corrían largas gotas de sudor, su camisa ya estaba algo empapada y aun así pude observar como las nubes habían cercado el cielo y como ahora la brisa dejaba de ser seca y áspera convirtiéndose en silenciosa y fresca. Seguí escuchando unas cuantas risas y una que otra palabra pero busqué que ambos nos escudáramos de todo aquello, fue entonces cuando le comenté que en estas fechas decembrinas parecía que todo el mundo concurría tan afanado lugar, a lo que el sólo comento que en estas fechas era cuando él mas lograba conectarse con la Madre Naturaleza y de esa forma evolucionada su instinto animal y aprendía a dominar los misterios del universo, dentro de mí sonreí sarcásticamente.

Comencé a detallarlo mucho mas, su piel era de un color caramelo y a pesar de sus raíces europeas, conservaba muy bien la elegancia de los antiguos Caraqueños y a la vez llevaba la sencillez y sabiduría de cualquier hombre callejero. Típico Hippie Venezolano. Él se concentraba cuando hablaba y me miraba fijamente de una manera diferente a todos los demás, era como si clavará una a una sus palabras en mi mente o quizás buscaba mantener mi imagen resguardada en su memoria por siempre.

Me pidió cortésmente mí nombre, a lo cual le respondí en forma de chiste:
-Felicia, Juana, Ravel, Penélope, María, Isabel, Salome, Felipa, Josefa, Silvia, Alejandra, Margarita, jajaja, soy todos esos nombres y muchos más. ¿Realmente es tan importante mi nombre?- Él volvió a sonreír de esa forma tan especial, como tratándome de conquistar y de agradarme, también hizo caso omiso a mis respuestas y volvió a preguntarme:
-Dígame su verdadero nombre bella damisela-
-Stela De Etioles- Fue el sonido que salio de mis labios rojos y carnosos.
-Pido Permiso al señor Dios para ayudar a esta mujer, Stela De Etioles, para interferir en su pasado, presente y futuro y así revelar sus misterios aquí y ahora, en este libro mágico, en estas líneas de sus manos, en esta noche especial- Cerró sus ojos lentamente y reveló su paquetito de barajas. Las levanto al cielo y repitió: -Bella Muchacha aunque usted no parezca de este mundo lleno de sueños ni de magia, lleno de encuentros fugaces ni de palabras audaces, usted se encuentra sentada aquí y ahora por un motivo muy voraz – Inmediatamente me pidió que repartiera con mi mano izquierda aquel paquete envejecido y roído por los años. Antes de acceder decidí hacer un pequeño trato con él. Aunque quizás el pensara que yo era inocente y que no conocía el verdadero contenido de sus revelaciones, le pedí que iniciáramos este juego comentando todo acerca de cada baraja que, ante la plateada y fulminante luz azul, él revelaría. Él accedió y yo sonreí.

Saqué de mi cartera negra y pequeña un sobre amarillo de tamaño muy pequeño, se lo entregue sutilmente y le dije, por primera vez sin una sonrisa perfecta en mi rostro, que con ese sobre estaría pagando esta noche y todas las demás que le quedaban. –Hoy serás sólo para mí- fue lo único que mantuve muy claro e imagine que para él sería todo un sueño si una mujer como yo decidía quedarse con él. Luego le sugerí que no lo contara en esa calle que, de forma extraña, a muchos atemorizaba pero a nosotros dos sólo nos mantenía mas unidos que nunca. A medida que él, Carlos (Supe su nombre al pasar largas horas y confesármelo), guardaba el tan abultado sobre dentro de su vieja canastilla, tome el manojo de barajitas, lo dividí en tres pedazos y note como en su reloj el tiempo había transcurrido velozmente, de hecho solo quedábamos en la calle él, un recogelata, una mujer que llevaba trajes muy cortos y de colores fosforescentes, pinturas excesivas en su rostro y una cartera de lentejuelas, un vendedor deambulante anunciando el nuevo CD de una tal Chiquinquirá Delgado y su nuevo amante, también estaba un travesti conversando con otro hombre de fina etiqueta y yo. A diferencia de que todos los que ahí se encontraban no imaginaban el motivo de mi presencia en esa noche, ese día. Todo permanecía en un inoportuno silencio y siendo examinado por la hermosa luz de luna que desde el cielo invadía el callejón.

Antes de retirar mi mano, blanca, fría y suave, de sus pertenencias, me limité a detallarlo nuevamente y a comprender porque ese hombre me resultaba, de manera extraña, fascinante. No poseía ninguna prenda en sus manos, no llevaba fotos en sus llaveros, no tenía promesas en sus ojos, no tenía familia, sólo pasado y unas inmensas ganas de lograr descubrir la forma más emocionante de ayudar a las personas. Entre las cosas que me comento cuando el bululú de gente nos rodeo, horas antes, fue que cuando, visitaba muy ocasionalmente, la montaña del Ávila, la llamaba Hermana, Madre. De ella respiraba la paz y la tranquilidad de vivir solo, se vestía humildemente y sonreía como si nunca pudiese dejar de ser feliz, aun cuando la vida lo había castigado al destierro y a la Mortalidad. Poseía apariencia de un ángel, de esos que por muchos siglos observé en los museos, en fotos, iglesias y en mis propias batallas. Carlos hablaba del Amor del hombre y de la tierra como si el mismo los hubiese construido, con esas manos roídas y frágiles que ahora me rozaban, al estar tratando de leer mis líneas, mi destino, mi palma de la mano.

Cuando voltee mi palma para que sus ojos buscaran adivinar mi vida, observe como se espanto. Rozó su dedo pulgar unas cientos de veces sobre mi mano, mis yemas, mis dedos. Susurraba que era imposible, que parecía más muerta que viva. Retiré mi mano y le pedí que siguiese con su invocación. Tomó las barajas y de uno de los pilares comenzó a desplegar cartas sobre el banco sucio y mal oliente, en el cual ambos estábamos sentados.

Primera Carta: El Diablo, luego siguieron cartas en blanco, sorprendentemente todas las demás barajas estaban en blanco, él las reviso una por una y luego me dijo: -¡Todo esto es imposible! Es como si la muerte se haya llevado tu vida y tu alma, es como si no fueras nadie, aquí entre la vida- Siguió revisando y no le quedo mas remedio que tomar la única carta con imagen alguna y examinarla. Me comento que era confuso todo aquello pero que se daba cuenta de que yo vivía de placeres no culposos, que mi estilo de vida era diferente y vanidoso, que poseía una sabiduría poderosa pero que muchas veces dudaba de mis habilidades por miedo de lastimar a algunos. Carlos duro minutos en silencio revisando mis manos. Luego me comentó que esas manos llevaban sangre derramada entre ellas y que yo poseía el secreto de la eternidad pero que sufría de un mal, toda belleza natural que existía al ser tocada por mis manos, se marchitaba- Instantáneamente recordé el ramo de rosas que estaba en mi habitación y que esa noche había sido marchitada por mis labios que intentaron besarlas. Rosas muertas, un destino sin final. Pensé en él y en que sabrían sus labios.

Carlos cerro el paquete envolviéndolo nuevamente en su sabana colorida, la guardo en su canastilla y comenzó a mirar para los lados como pidiendo auxilio o quizás buscando soledad en aquella noche oscura. Lo miré y mis ojos, que hasta entonces eran verdes, cambiaron. La negrura que los cubría se fijo en un collar que llevaba alrededor de su cuello. ¿Talismán contra las malas energías? le dije. Me acerqué poco a poco hasta él y le tome las manos, las uní junto a las mías y le recordé que ya había pagado por su vida, su tiempo, y por él. Al sentir sus latidos tan cerca de mí decidí darle la oportunidad de decidir su destino, le pedí que corriese todo lo que podía y que se escondiera muy bien, que jugáramos un hermoso jueguito. Él accedió y dejo su canastilla junto a mi regazo, corrió largas cuadras y buscaba desesperadamente un sitio donde la luz no llegará y donde los ecos de su respiración no trascendieran el espacio. No tuve que buscar mucho cuando sentí el olor de su sangre acumularse entre sus venas y cuando su corazón trabajaba mas rápido. Podía oler su miedo y sus ganas de ahuyentarme. Pude sentir por primera vez que su fragancia era dulce como el jazmín, la madera y la miel. Era la presa perfecta. Caminé muy despacio y solo se oían el resonar de mis tacones altos, el rozar de mis pulseras con mi piel y el incesante jadeo de placer que sentía al poder cazar de nuevo. Entendí poco a poco que el destino de este hechicero estaba trazado desde el primer segundo en que decidí caminar por el boulevard buscando algo con que entretenerme.

Luego de unas cuantas pisadas y de imaginármelo tembloroso y sudado, lo encontré de rodillas mirando hacia el cielo y pidiéndole algo a las Estrellas. Lo tome de la camisa y lo alcé, lo aprisioné contra la pared y respire profundamente sobre su cuello. Su olor era mi tentadora provocación, aun cuando ya lo tenía entre mis colmillos me preguntaba si quizás el podría ser mas que una simple presa. Lo miré detenidamente y le dije: - ¿Qué dicen las Estrellas? ¿Eres Mío?-

En ese instante volvió a sonreír de la manera en la cual sonrío hace horas cuando nos conocimos y de la forma en la que cautivo mis misterios . Besé sus labios de manera fría y distante pero el sentir la sangre recorrer sus labios lo hacia mas provocador, él me besaba apasionadamente como hechizado por los témpanos de hielo que lo azotaban. Lo solté y cayo de rodillas nuevamente, no corrió sino que volvió a besarme. Nuevamente sentí el éxtasis de tener muy cerca mi comida, mi vitalidad, mi sabiduría. Carlos parecía haber decidido muy bien su final. Luego de unos cuantos besos, caricias, pasión y deseo, me dí cuenta de que era un simple hechicero con mucha humanidad.

Sus azules ventanas, me volvieron a mirar como pidiéndome la vida. Sus labios buscaban seguir besándome, lo besé por última vez e intente abrazarlo para darle tranquilidad pero fue en ese momento de debilidad cuando mis dientes se incrustaron en su cuello, sus manos me aprisionaban fuertemente y el filo de mis dientes no dejaban de roer intensamente la capa de piel que cubría mi cena, fue todo rápido para él y con mucha adrenalina incluida. Sin embargo logré a escuchar un ¡TE AMO! Salir de sus labios. Recordé que ese efecto se producía en todo ser humano que probara nuestros besos debido a que se encontraban hechizados bajo nuestra esplendida belleza, sin embargo él no parecía sentir eso por mi perfección. Era como si desde un principio él sabía quien era yo y aun así siguió a mi lado por algo que llamo su atención, algo más trascendental que mi belleza. Cuando experimenté el placer de saborear su sangre, fue fascinante. Sentí que todo había valido la pena y que Carlos era una de mis mejores presas. La miel y las flores entre mis dientes satisfacían el hambre de tres días que llevaba recluida en el Museo de Bellas Artes acomodando las obras del lugar. Miré mis trajes y estaban ensangrentados, corrí velozmente a mi carro que se encontraba aparcado a unas cuantas calles y me fui.

El Sol amanecía y con él un cuerpo yacía tendido en el conglomerado Boulevard.

La mañana siguiente volví a saber de él cuando el noticiero informaba: - El Hechicero del Pueblo ha muerto y con él sus labios y sus predicciones se marchitaron-

2 comentarios: