jueves, 26 de agosto de 2010

Fría Noche!


Ricardo lleva en su alma un gran peso, un secreto que ante el mundo él prefiere callar. Sus ojos se nublan de tristeza y poco a poco comienza a lloviznar. Se moja sus zapatos en el charco y trata de cubrir su cabeza con la chaqueta negra y vieja,que lleva a todos lados desde que tenía 12 años. Camina y siente la indignación del universo hacia él. Mira el cielo y se siente solo, no hay luna, no hay estrellas, sólo oscuridad.
Continua el camino y mentalmente repasa cada uno de los lugares con los que sabe que va a tropezar. Observa detenidamente sus manos y mira gotas de sangre desbordarse de sus dedos, cierra y abre rápidamente sus ojos y sólo observa pequeñas gotas de lluvia que arrugan sus delgados dedos. -¡Bendita Lluvia!- se dice a si mismo mientras camina a través de la noche. Ya no siente miedo y para distraer un poco sus nervios, recuerda cada una de sus palabras al abandonar la habitación : -Hoy finalmente todo acabó- Ricardo lo repite y escucha unisonamente, a la vez que muerde sus labios poco a poco apretándolos fuertemente a causa de su enorme ira.
Gira en la siguiente cuadra y trata de pensar de manera neutral en todo lo que ha sucedido, él sabe que todo ha ocurrido por que el destino fue cruel y que nunca pensó en él. Transcurren unos segundos y puede sentir el incesante silencio nocturno y lentamente trata de animarse al sacudir las voces que lo rodean y le gritan: -¡Cobarde, Asesino,Loco!- Ricardo sabe que todas esas personas no entienden la naturaleza del asunto y que ellas no comprenden la tortura que él lleva en su espalda desde hace casi cuatro años cuando todos decidieron partir y olvidarlo.
Ahora él vengaba su causa, ahora el asesinaba cada uno de los sueños posibles y ahora Ricardo sabía , al fin, cuál sería su verdadero destino, luego de esta noche.
La lluvia ha cesado un poco y Ricardo observa, quizás por última vez , su pequeño rostro a través de los charcos de agua que en la calle se han formado. Mete sus manos en sus bolsillos y encuentra un cigarrillo, lo prende con el último fósforo que contiene la cajetilla y comienza a fumar lentamente el cigarro . Siente que inhala poco a poco la nicotina y a su vez que exhala toda su preocupación . Tan sólo tiene 16 años, se fue de la escuela y un día decidió no regresar a su casa, hasta que la vida lo llenara de nuevos sueños, canciones de cuna y una nueva historia que contar. Termina su cigarro, lo tira al piso mientras lo apaga con la punta del zapato. Voltea y observa que a su espalda, la calle se ha tornado un poco nublada pero él sigue caminando y sabe que en unos dos minutos o quizás menos, llegará por fin a su destino.
Se abrocha fuertemente su chaqueta, se acomoda la gorra que cubre sus negros cabellos y comienza a dar pisadas un poco mas lentas al instante en que su piel se eriza y sus piernas comienzan a temblar , quizás de frío.
Se detiene a contemplar el lugar en donde esta parado y sabe que sólo han pasado unas dos horas desde que estuvo por aquí. No duda más, sabe dónde y qué buscar. Llega al edificio, sube las escaleras, un poco oxidadas por los años,saca una llave de su bolsillo delantero y entra a una habitación donde todo sigue igual. Se detiene frente a la puerta principal, gira la manilla, enciende una luz y mira el cuerpo que permanece cubierto con unas sabanas blancas.
Ricardo camina hasta el cuerpo y ve un frasco de veneno junto a un vaso de agua, que permanece ordenadamente colocado sobre la mesa de noche. Descubre el cuerpo y mira a el joven que yace tendido ante él y que como bien sabe , está muerto. Lo observa fijamente y respira profundo, como despidiéndose del cadáver. Ahora puede sentirse completamente en paz.
Instantáneamente Ricardo voltea el cuerpo que hace unas horas dejó de respirar y descubre que éste lleva una chaqueta vieja negra, una gorra y curiosamente tiene 16 años de edad.

sábado, 14 de agosto de 2010

El Marchitar de sus Labios



Buscando entre el destino del camino y las supuestas tristezas del alma me dispongo a consultar a alguna persona que pueda suministrarme un buen consejo ante la necesidad de mi cuerpo. Decido hacer lo que esta de moda en este país, busco no tan desesperadamente una persona que junto a un tabaco, cigarro, café o hasta un jugo, me diga que se supone que me podría deparar a mí, el destino.
Inmediatamente me pregunto si el tiempo se detendrá en algún momento.

Fue entre decisiones y confusiones cuando me decidí totalmente a buscar alguna verdad existente entre la gente y ahí entre la multitud estaba él, el salvador de muchos y el consultor de los hechizos caseros. Llevaba el cabello suelto y era tan liso, que todo su color castaño claro se vislumbraba como una pared compacta y dócil. Tenia puesta una camisa de lana de color Beige, blue jeans algo desgastado y una canastilla en donde se veía un letrero que decía: “Se lee tu futuro, el Amor y tu Alma a través de las manos y las cartas” También llevaba unas cajitas de inciensos y un paquete envuelto en una tela sedosa de color roja. Sonreí al pensar que era muy difícil que ese hombre pudiera predecirme todas las cosas que anunciaba, quizás todas, excepto el misterio de mi Alma. Motivado a esto me dispuse a mirarlo detenidamente y me quede analizando que cualquier mujer de esta región podía quedar sumergida en esos inmensos ojos azules que él llevaba, en donde se veía todo el cielo, un poco de paz y alguno que otro misterio.
Me impregné de algo parecido a la valentía, jajaja, me detuve a mirarlo fijamente y en ese instante vi como sus ojos se posaron en mí, movió lentamente sus labios y pronuncio unas pequeñas palabras, como invocando un hechizo para “Hechizarme”: - Bienvenida a nuestro encuentro hermosa Dama, este día he esperado por ti-

Pasaron largos segundos mientras lograba respirar y contener las inmensas ganas que tenia de correr y alejarme de él. Parecía peligroso y a la vez indefenso. Sentí nuevamente miedo de mis instintos, mis debilidades, sentí nuevamente miedo de mí. No estaba segura si él era el indicado.

Me senté muy cerca de él y sentí como se erizaron sus cabellos con mi sola presencia. Vislumbre rápidamente como se exaltaban sus ojos, esos hermosos ojos griegos que desde el boulevard de Sabana Grande, yo buscaba. Cuando tocó mi mano y sintió el frío de mi piel, exhalo: -¡Mujer! Tienes unas manos hermosas, suaves pero muy frías-

Taciturnamente le conteste: -Soy de sangre fría y a la vez resulto muy friolenta, además en este momento donde en el país esta lloviendo tanto, cualquier brisita me congela- De manera instantánea oí a mis alrededores los pasos vigilantes del camino, oí como las personas se detenían a observarnos en el tan concurrido lugar donde, hace ya varios años, llegué a caminar entre el Gran Café y las partidas, muy típicas, de ajedrez.
Por su frente corrían largas gotas de sudor, su camisa ya estaba algo empapada y aun así pude observar como las nubes habían cercado el cielo y como ahora la brisa dejaba de ser seca y áspera convirtiéndose en silenciosa y fresca. Seguí escuchando unas cuantas risas y una que otra palabra pero busqué que ambos nos escudáramos de todo aquello, fue entonces cuando le comenté que en estas fechas decembrinas parecía que todo el mundo concurría tan afanado lugar, a lo que el sólo comento que en estas fechas era cuando él mas lograba conectarse con la Madre Naturaleza y de esa forma evolucionada su instinto animal y aprendía a dominar los misterios del universo, dentro de mí sonreí sarcásticamente.

Comencé a detallarlo mucho mas, su piel era de un color caramelo y a pesar de sus raíces europeas, conservaba muy bien la elegancia de los antiguos Caraqueños y a la vez llevaba la sencillez y sabiduría de cualquier hombre callejero. Típico Hippie Venezolano. Él se concentraba cuando hablaba y me miraba fijamente de una manera diferente a todos los demás, era como si clavará una a una sus palabras en mi mente o quizás buscaba mantener mi imagen resguardada en su memoria por siempre.

Me pidió cortésmente mí nombre, a lo cual le respondí en forma de chiste:
-Felicia, Juana, Ravel, Penélope, María, Isabel, Salome, Felipa, Josefa, Silvia, Alejandra, Margarita, jajaja, soy todos esos nombres y muchos más. ¿Realmente es tan importante mi nombre?- Él volvió a sonreír de esa forma tan especial, como tratándome de conquistar y de agradarme, también hizo caso omiso a mis respuestas y volvió a preguntarme:
-Dígame su verdadero nombre bella damisela-
-Stela De Etioles- Fue el sonido que salio de mis labios rojos y carnosos.
-Pido Permiso al señor Dios para ayudar a esta mujer, Stela De Etioles, para interferir en su pasado, presente y futuro y así revelar sus misterios aquí y ahora, en este libro mágico, en estas líneas de sus manos, en esta noche especial- Cerró sus ojos lentamente y reveló su paquetito de barajas. Las levanto al cielo y repitió: -Bella Muchacha aunque usted no parezca de este mundo lleno de sueños ni de magia, lleno de encuentros fugaces ni de palabras audaces, usted se encuentra sentada aquí y ahora por un motivo muy voraz – Inmediatamente me pidió que repartiera con mi mano izquierda aquel paquete envejecido y roído por los años. Antes de acceder decidí hacer un pequeño trato con él. Aunque quizás el pensara que yo era inocente y que no conocía el verdadero contenido de sus revelaciones, le pedí que iniciáramos este juego comentando todo acerca de cada baraja que, ante la plateada y fulminante luz azul, él revelaría. Él accedió y yo sonreí.

Saqué de mi cartera negra y pequeña un sobre amarillo de tamaño muy pequeño, se lo entregue sutilmente y le dije, por primera vez sin una sonrisa perfecta en mi rostro, que con ese sobre estaría pagando esta noche y todas las demás que le quedaban. –Hoy serás sólo para mí- fue lo único que mantuve muy claro e imagine que para él sería todo un sueño si una mujer como yo decidía quedarse con él. Luego le sugerí que no lo contara en esa calle que, de forma extraña, a muchos atemorizaba pero a nosotros dos sólo nos mantenía mas unidos que nunca. A medida que él, Carlos (Supe su nombre al pasar largas horas y confesármelo), guardaba el tan abultado sobre dentro de su vieja canastilla, tome el manojo de barajitas, lo dividí en tres pedazos y note como en su reloj el tiempo había transcurrido velozmente, de hecho solo quedábamos en la calle él, un recogelata, una mujer que llevaba trajes muy cortos y de colores fosforescentes, pinturas excesivas en su rostro y una cartera de lentejuelas, un vendedor deambulante anunciando el nuevo CD de una tal Chiquinquirá Delgado y su nuevo amante, también estaba un travesti conversando con otro hombre de fina etiqueta y yo. A diferencia de que todos los que ahí se encontraban no imaginaban el motivo de mi presencia en esa noche, ese día. Todo permanecía en un inoportuno silencio y siendo examinado por la hermosa luz de luna que desde el cielo invadía el callejón.

Antes de retirar mi mano, blanca, fría y suave, de sus pertenencias, me limité a detallarlo nuevamente y a comprender porque ese hombre me resultaba, de manera extraña, fascinante. No poseía ninguna prenda en sus manos, no llevaba fotos en sus llaveros, no tenía promesas en sus ojos, no tenía familia, sólo pasado y unas inmensas ganas de lograr descubrir la forma más emocionante de ayudar a las personas. Entre las cosas que me comento cuando el bululú de gente nos rodeo, horas antes, fue que cuando, visitaba muy ocasionalmente, la montaña del Ávila, la llamaba Hermana, Madre. De ella respiraba la paz y la tranquilidad de vivir solo, se vestía humildemente y sonreía como si nunca pudiese dejar de ser feliz, aun cuando la vida lo había castigado al destierro y a la Mortalidad. Poseía apariencia de un ángel, de esos que por muchos siglos observé en los museos, en fotos, iglesias y en mis propias batallas. Carlos hablaba del Amor del hombre y de la tierra como si el mismo los hubiese construido, con esas manos roídas y frágiles que ahora me rozaban, al estar tratando de leer mis líneas, mi destino, mi palma de la mano.

Cuando voltee mi palma para que sus ojos buscaran adivinar mi vida, observe como se espanto. Rozó su dedo pulgar unas cientos de veces sobre mi mano, mis yemas, mis dedos. Susurraba que era imposible, que parecía más muerta que viva. Retiré mi mano y le pedí que siguiese con su invocación. Tomó las barajas y de uno de los pilares comenzó a desplegar cartas sobre el banco sucio y mal oliente, en el cual ambos estábamos sentados.

Primera Carta: El Diablo, luego siguieron cartas en blanco, sorprendentemente todas las demás barajas estaban en blanco, él las reviso una por una y luego me dijo: -¡Todo esto es imposible! Es como si la muerte se haya llevado tu vida y tu alma, es como si no fueras nadie, aquí entre la vida- Siguió revisando y no le quedo mas remedio que tomar la única carta con imagen alguna y examinarla. Me comento que era confuso todo aquello pero que se daba cuenta de que yo vivía de placeres no culposos, que mi estilo de vida era diferente y vanidoso, que poseía una sabiduría poderosa pero que muchas veces dudaba de mis habilidades por miedo de lastimar a algunos. Carlos duro minutos en silencio revisando mis manos. Luego me comentó que esas manos llevaban sangre derramada entre ellas y que yo poseía el secreto de la eternidad pero que sufría de un mal, toda belleza natural que existía al ser tocada por mis manos, se marchitaba- Instantáneamente recordé el ramo de rosas que estaba en mi habitación y que esa noche había sido marchitada por mis labios que intentaron besarlas. Rosas muertas, un destino sin final. Pensé en él y en que sabrían sus labios.

Carlos cerro el paquete envolviéndolo nuevamente en su sabana colorida, la guardo en su canastilla y comenzó a mirar para los lados como pidiendo auxilio o quizás buscando soledad en aquella noche oscura. Lo miré y mis ojos, que hasta entonces eran verdes, cambiaron. La negrura que los cubría se fijo en un collar que llevaba alrededor de su cuello. ¿Talismán contra las malas energías? le dije. Me acerqué poco a poco hasta él y le tome las manos, las uní junto a las mías y le recordé que ya había pagado por su vida, su tiempo, y por él. Al sentir sus latidos tan cerca de mí decidí darle la oportunidad de decidir su destino, le pedí que corriese todo lo que podía y que se escondiera muy bien, que jugáramos un hermoso jueguito. Él accedió y dejo su canastilla junto a mi regazo, corrió largas cuadras y buscaba desesperadamente un sitio donde la luz no llegará y donde los ecos de su respiración no trascendieran el espacio. No tuve que buscar mucho cuando sentí el olor de su sangre acumularse entre sus venas y cuando su corazón trabajaba mas rápido. Podía oler su miedo y sus ganas de ahuyentarme. Pude sentir por primera vez que su fragancia era dulce como el jazmín, la madera y la miel. Era la presa perfecta. Caminé muy despacio y solo se oían el resonar de mis tacones altos, el rozar de mis pulseras con mi piel y el incesante jadeo de placer que sentía al poder cazar de nuevo. Entendí poco a poco que el destino de este hechicero estaba trazado desde el primer segundo en que decidí caminar por el boulevard buscando algo con que entretenerme.

Luego de unas cuantas pisadas y de imaginármelo tembloroso y sudado, lo encontré de rodillas mirando hacia el cielo y pidiéndole algo a las Estrellas. Lo tome de la camisa y lo alcé, lo aprisioné contra la pared y respire profundamente sobre su cuello. Su olor era mi tentadora provocación, aun cuando ya lo tenía entre mis colmillos me preguntaba si quizás el podría ser mas que una simple presa. Lo miré detenidamente y le dije: - ¿Qué dicen las Estrellas? ¿Eres Mío?-

En ese instante volvió a sonreír de la manera en la cual sonrío hace horas cuando nos conocimos y de la forma en la que cautivo mis misterios . Besé sus labios de manera fría y distante pero el sentir la sangre recorrer sus labios lo hacia mas provocador, él me besaba apasionadamente como hechizado por los témpanos de hielo que lo azotaban. Lo solté y cayo de rodillas nuevamente, no corrió sino que volvió a besarme. Nuevamente sentí el éxtasis de tener muy cerca mi comida, mi vitalidad, mi sabiduría. Carlos parecía haber decidido muy bien su final. Luego de unos cuantos besos, caricias, pasión y deseo, me dí cuenta de que era un simple hechicero con mucha humanidad.

Sus azules ventanas, me volvieron a mirar como pidiéndome la vida. Sus labios buscaban seguir besándome, lo besé por última vez e intente abrazarlo para darle tranquilidad pero fue en ese momento de debilidad cuando mis dientes se incrustaron en su cuello, sus manos me aprisionaban fuertemente y el filo de mis dientes no dejaban de roer intensamente la capa de piel que cubría mi cena, fue todo rápido para él y con mucha adrenalina incluida. Sin embargo logré a escuchar un ¡TE AMO! Salir de sus labios. Recordé que ese efecto se producía en todo ser humano que probara nuestros besos debido a que se encontraban hechizados bajo nuestra esplendida belleza, sin embargo él no parecía sentir eso por mi perfección. Era como si desde un principio él sabía quien era yo y aun así siguió a mi lado por algo que llamo su atención, algo más trascendental que mi belleza. Cuando experimenté el placer de saborear su sangre, fue fascinante. Sentí que todo había valido la pena y que Carlos era una de mis mejores presas. La miel y las flores entre mis dientes satisfacían el hambre de tres días que llevaba recluida en el Museo de Bellas Artes acomodando las obras del lugar. Miré mis trajes y estaban ensangrentados, corrí velozmente a mi carro que se encontraba aparcado a unas cuantas calles y me fui.

El Sol amanecía y con él un cuerpo yacía tendido en el conglomerado Boulevard.

La mañana siguiente volví a saber de él cuando el noticiero informaba: - El Hechicero del Pueblo ha muerto y con él sus labios y sus predicciones se marchitaron-

jueves, 12 de agosto de 2010

El Sauce del Mar



Han pasado cinco años y él todavía sigue pensando en ella, en su ternura, en su dulzura, en sus ojos, en sus olas. Se lleva la mano a la frente y lamenta haber tenido que marcharse para continuar sus estudios y piensa de vez en cuando en ese Puerto, en esos barquitos de pescadores, en esos años, en esas casas de colores, en esos balcones. Tiffany tenia catorce años y estaba apunto de cumplir sus quince primaveras, él le llevaba dos años de experiencia y un mar de sentimientos guardados entre sus redes.

Era ahí entre esos botes, entre esas hileras de casitas, entre el bosque marino y las rocas, donde se habían cruzado sus miradas. Fue una tarde donde el cielo no se contuvo y no paro de llorar, ella estaba sentada en el balcón principal de su casa, encerrada entre las roídas rejas de su balcón observando el tranquilo océano que se desplegaba en todo el horizonte, Tiffany cantaba melodías de viajeros que se van y regresan; él estaba llegando en su bote al Puerto Del Rivero, acompañado de millones de peces, de la brisa tranquila, de las olas pasivas y de su viejo bote. Volteo por un segundo a mirar a la joven que cantaba, la vio llena de la luz del atardecer y tan radiante como una estrella que se quedo hipnotizado ante ella, Tiffany lo había visto llegar minutos antes, era él el señor del mar que llegaba en busca de nuevas aventuras, de un nuevo amor. Las olas del mar rugían de repente, como nunca lo habían hecho, los peces saltaban agitados para salir y contemplar a la dulce joven sonrojarse junto al anaranjado atardecer. La brisa del puerto se tornaba dulce y pegajosa, los árboles danzaban libremente moviendo sus ramas de un lado a otro acompañando los cantos de la doncella y de los pájaros, que consternados por este encuentro, no paraban de cantar.

Yacían muchos años que nadie se veía embrujado por el Amor que el Puerto Del Rivero, regalaba a sus viajeros y a sus mujeres. De hecho se había creado toda una historia años atrás, donde se contaba que toda mujer del puerto encontraba a su amor verdadero, cantando tonadillas en el atardecer, mirando el mar, mirando el Sol, mirando al más allá. Según contaba la historia en el Puerto habitaba el alma de una hermosa mujer que siglos atrás había vivido en ese sitio, por motivo de su matrimonio con el capitán de un barco muy importante y ella siempre le dedicaba melodías a su esposo y esperaba día a día a que él llegara de sus viajes y de sus travesías por el implicante mar. Pero sucedió que un día él capitán no llegó y pasaron las horas, los años, los días y la bella mujer nunca dejo de cantar, siempre debajo de su balcón, siempre abanicando todo al pasar. Motivado a esto se creo esa leyenda donde se decía que la dueña del puerto o la mujer del mar, ayudaba a las mujeres del lugar para que se reencontrarán con su amor verdadero y así mientras ella esperaba a su esposo, a su otra mitad; contemplaba el amor de los jóvenes enamorados y vivía ese romance sin cesar.

Rodolfo y Tiffany se miraron un largo rato hasta que el radiante Sol se escondió, sonrieron dulcemente y sintieron como el mar los aplaudía, como las paredes de las casas se volvían frías y a la vez cálidas, llenas de emoción. Sentían como las redes de Rodolfo pedían a gritos ser liberadas, como los árboles de las esquinas los miraban y miraban, sentían como los pasos del camino les recordaban que ellos ahora trazaban una historia, una nueva huella en el mar.

En ese primer encuentro no llegaron a cruzarse las palabras de estos dos, sin embargo las sonrisas y las miradas nunca faltaron. Pasaban los días y ellos, sin ninguna cita previa, siempre sabían donde encontrarse y a que hora llegar.
Tiffany siempre estaba ahí sentada entre las callecitas que separaban el puerto del mar, llevaba vestido y medias largas, una simple cola en el pelo y una pulsera de conchas marinas que él decidió regalarle un día. Rodolfo trabajaba como pescador en las tardes, luego de que salía del colegio, ayudando a su padre para reunir dinero para irse a la gran ciudad, él soñaba con estudiar todo sobre las estrellas y pasaba muchas horas de la noche contándole a Tiffany los nombres y las ubicaciones de ellas. Ella todavía estaba en el colegio pero le faltaban unos años para terminar, soñaba con ser actriz, de hecho en cada obra del instituto participaba y era la mas elogiada del lugar. Eran muy pocos los chicos que al terminar la secundaria se iban del puerto, puesto que muchos se quedaban alimentando el turismo o simplemente admirando las bellezas del lugar que a tan solo unos pocos lograba enamorar , año tras año.

El Atardecer del Rivero los mantenía cada vez mas unidos, las historias de los ancestros y las fabulosas leyendas los hacían sorprenderse, los conservaban amándose entre miradas, entre pequeños gestos de amor. Cada tarde el Sol se ponía de acuerdo con la naturaleza del puerto para que ella les regalara inmensas manifestaciones de alegría y que junto a sus encuentros ellos gozaran del tiempo y de la lozanía del mar. Cada vez que ellos se encontraban en el mismo sitio del puerto, en una esquinita donde el farol de la noche alumbraba incesantemente y donde acostumbraban a sentarse a esperar, bajo las enormes raíces de un árbol, el poder contemplar todo el océano y las estrellas y junto a ellos se desprendía una fiesta de sonidos y colores regados por el cielo. Ellos sentían que algo más allá los quería mantener siempre unidos, siempre juntos, siempre ahí. Era como si su amor en ese borde del lugar, pudiese ser posible en todo lo ancho del Mar y como si el tiempo para ellos fuese eterno. Una que otra vez oyeron susurros y canciones al oído de voces que no conocían, de capitanes que no veían.

Ahora que la noche llegaba y el Sol se oscurecía, Rodolfo manejaba su bote y sentía su corazón palpitar por la llanura del Océano, sentía que todos esos viejos recuerdos volvían a ser parte de él y que seguramente ella estaría ahí, cantando y cantando, esperando por él.
Sorpresivamente mientras el bote se acercaba, él empezó a notar que el mar ya no era tan joven y que ese radiante color azul que años atrás permitió que ambos enamorados se reflejaran en él, ahora se había oscurecido, volviéndose tan negro como el cielo y tan bravo como un perro. De hecho los peces no llegaron a saludarlo ni tampoco la brisa de los árboles se podía sentir. De lejos podía notar que las casitas de colores habían sido teñidas de olvido y de soledad y que solo se vislumbraba el pasado en ellas y nada más. Miraba entonces Rodolfo desesperado los balcones y notaba que estaban vacíos, como nunca antes en el puerto eso pudo pasar. Vio como los helechos cubrían el piso del ancladero indicando que los años habían pasado y lo viajeros habían olvidado el puerto de la felicidad.

Detuvo el bote un instante y miro detenidamente hacia la esquinita donde él y ella vivieron su romance años atrás, ahí donde el farol nunca los abandonó, ahí donde tantas veces él la llego a buscar y donde muchas horas pasaron contando las olas, las estrellas y los pájaros al pasar. Ahora ese sitio estaba totalmente abandonado. Vacío. Y había sido ahí, en ese lugar del Puerto Del Rivero, donde un día leyendo unas oraciones que ella encontró en un viejo libro, decidieron casarse a su manera, entre Sauces y Estrellas, entre Conchas y Piedras, entre sueños y el Mar. Y Fue ahí, en una tarde de primavera, donde habían grabado sus nombres dentro de una estrella jurando que su amor estaría por siempre ahí, esperando por ellos.

Muy lentamente brotaron unas cuantas lágrimas de los ojos de Rodolfo, como perlas del mar. Su corazón estaba agitado y sus piernas temblaban, aun no sé si de frío o de nerviosidad. Había sido ahí donde habitaba el gran árbol, ese Sauce del mar, que muchas veces los abrigó y les tendió sus manos para descansar. Ahora ese árbol yacía tumbado en el olvido. No había rastros de él. Y con la muerte del Sauce había ocurrido la muerte de ellos.

Inmediatamente Rodolfo desembarco de su bote, mojando sus zapatos nuevos y su camisa de seda. Dejo el barco anclado en medio del desértico mar y atravesó las oscuras aguas del océano. Piso las piedras y en vez de gritar Tierra, sólo se puso a llorar. Fue entonces cuando al acercarse a la pequeña ladera donde una vez estuvo su enamorada junto al Sauce del Mar, encontró enterrado entre el suelo un trozo de madera en forma de estrella, que cubría un gran cuadrado del piso del pueblo. Junto a la estrella estaba una cruz y unas escrituras. Leyó detenidamente y al fin entendió que ahí, debajo de sus pies, estaba ella.

Si Pudiera




Cuándo decidí quererte no se. Cuándo decidí que nuestras pisadas se cruzaran en un sólo destino, en un sólo minuto, no lo sé… Rezo a Dios para que nuestro encuentro sea eterno, para que nuestras palabras nunca dejen de fluir y que nuestras miradas no se pierdan en el olvido de un día.
Descubrí que mi vida esta llena de etapas, de niñas dulces, de niñas sabias. Descubrí que se me hace fácil escribir lo que siento, cantar sentada en un banco y pensar. Descubrí que se me hace fácil tenerte presente en mí sin ningún motivo quizás elocuente.
Si pudiera inventar una sola palabra con la cual pudiese expresarme seria: ¡Amor Eterno! Es así como me siento cada instante que puedo, cada instante que mi piel me lo permite. Trato y trato de enfocarme que todo es un sueño y que en algún segundo debo despertar pero estas tu ahí recordándome que es mi sueño y que puedo seguir viviendo en el por el resto de mis días. Estas ahí presente para decirme que la próxima vez que mis ojos decidan llorar será de alegría y no de tristeza y que la siguiente vez que me permita abrir el cofrecito mágico de amor será porque existen personas que merecen compartir el tesoro conmigo.
Es tan grandioso encontrar dentro de mí a seres maravillosos llenos de esperanza, que me permiten ser quien soy. Grandioso encontrar un motivo más para decir que la vida es más que un tango, es una composición de sentimientos, de emociones, de vida!!
Si pudiera comprar en este instante un objeto muy valioso sería un barco, para navegar en el cielo y atrapar cada estrella que permanezca apagada y triste, llevarla a mi casa y darle toda la alegría que tu me has regalado y así devolverlas al mar de la noche para que iluminen mas corazones como los míos y los llenen de esperanzas. Si pudiera robarle algo a alguien sería la soledad, entonces cavaría un hueco muy profundo en la arena donde podría echarla y así apartarla para siempre del alma de quien la tiene. Si pudiera escribiría la canción de la paz, el verso de la verdad y un cuento donde todos pudiesen llegar al mundo morado y dejar sus tristezas de un lado y solo dejarse llevar. Si pudiera tejería un saco donde meter muchas sonrisas y repartirlas entre la brisa para que todos tuvieran una guardada en su hogar y para los que no tienen casa les construiría un castillo donde solo la bondad y la fe los acompañara cada día. Si pudiera armaría una pieza muy pequeña que guardara los recuerdos, los minutos y eternos instantes de felicidad. Si pudiera inventaría una forma de amar sin dolores, sin miedos ni temores, solo cosas por amar.
Si pudiera cosería un sombrero del cual se pudiese sacar el perdón y la esperanza y a todas las personas dejaría colocarse mi sombrero sin cobrar. Si pudiera buscaría un carrito mágico donde montar a los adultos y enseñarles que los niños siempre buscan la verdad, si pudiera a cada niño lo abrazaría muy fuerte y enseñaría a valorar, no dejaría que me soltaran por mucho que patalearán y les daría un besito súper lleno de libertad, si pudiera regalaría a cada persona un solo sueño para que pudiesen volar, si pudiera iría al cielo y pediría a Dios una oportunidad. Si pudiera, si pudiera, y tan sólo aunque pudiera no te dejaría de querer ni respetar, no te dejaría de meter entre mi vida, ni contarte mi verdad, si pudiera, si pudiera, igual te tenía que encontrar, si pudiera, si pudiera te encerraría sólo para que con tu voz enseñaras a los abandonados que existe una posibilidad de imaginar. Si pudiera, si pudiera, te enseñaría a volar, a soñar, a cocinar, a coser y a meditar. Si pudiera, si pudiera igual te tendría que enseñar!!